La palabra honrar se deriva del latín honorare u honoris y significa respetar, enaltecer o premiar el mérito de alguien. No obstante, su interpretación depende de nuestras creencias y las enseñanzas que nos han inculcado. En la religión, honrar a los padres suele implicar respeto, obediencia, admiración y retribución. Una interpretación rígida puede terminar condicionándonos, alejándonos de la posibilidad de crecer emocionalmente y vivir desde nuestras propias decisiones. Nuestra primera mirada sobre el mundo y sobre nosotros mismos se forma en el núcleo familiar, influida por las ideas y formas de vida de nuestros padres y entorno cercano. En los primeros años de vida necesitamos cuidados para sobrevivir, y es en esa etapa donde se forman los primeros vínculos de apego con nuestros padres o cuidadores.
A medida que vamos creciendo integramos estas figuras como nuestros modelos de referencia. Asumimos como nuestras la ideología, valores, costumbres y creencias de la familia. Al hacernos adultos, la necesidad de cuidado se transforma en necesidad de aceptación y pertenencia. De esta forma, a través de nuestras creencias nos mantenemos leales a nuestro sistema.
«No somos lo que deseamos ser. Somos lo que la sociedad exige. Somos lo que nuestros padres eligieron. No queremos decepcionar a nadie, sentimos una gran necesidad de ser amados. Por eso reprimimos lo mejor de nosotros mismos. Poco a poco, lo que era la luz de nuestros sueños se convierte en el monstruo de nuestras pesadillas. Son los deseos no realizados, las posibilidades no vividas.» -Paulo Coelho
Sentimiento de deuda hacia los padres En cada sistema familiar existe un “contrato invisible” que pretende unir a la familia bajo reglas implícitas que sus miembros asumen. Desarrollamos un sentimiento de fidelidad y compromiso que nos mantiene vinculados a la información de nuestro sistema. Así, consciente o inconscientemente, se nos ha transmitido una idea de deuda, compromiso o lealtad inquebrantable hacia ellos. Si prima este sentimiento inconsciente, no podremos realizarnos plenamente en lo individual. Al priorizar la lealtad a los nuestros, es posible que vayamos dejando de lado las propias necesidades. Por otra parte, en la otra polaridad, es posible que tomemos decisiones diferentes a las del clan y tracemos un camino propio en la vida, pero que viene con un sentimiento de culpa. Este se sustenta en la creencia de que, al hacerlo, rompemos el mandato “Honra a tu padre y a tu madre”.
Del juicio a la comprensión: mirar a los padres con otros ojos Las figuras de papá y mamá son fundamentales en nuestra vida. Son los encargados de brindarnos protección, afecto, estructura, guía y apoyo a lo largo de nuestro desarrollo.
Sin embargo, no son perfectos y lo más habitual es que no se ajusten a nuestras expectativas. Ellos nos educaron según sus propias creencias y experiencias, marcadas por el ambiente familiar de su infancia. Por eso, muchos padres no expresaron el amor como esperábamos: pueden haber sido autoritarios, ausentes, sobreprotectores o incluso abusivos. Ser adultos emocionales implica dejar de juzgarlos y asumir la responsabilidad de nuestra vida. Permitamos que el juicio se convierta en comprensión. Si no nos liberamos emocionalmente, el resentimiento puede generar un choque interno con el mandato de que tenemos que honrarlos para ser “buenos hijos”.«La compasión por nuestros padres es el verdadero signo de la madurez.» -Anaïs Nin
Hijos “buenos” o maduros emocionales Algunas personas, cuando llegan a la edad adulta, siguen pensando que ser un “buen hijo/a” es ser lo que los padres esperan para no disgustarlos. Sin embargo, esforzarnos por encajar nos puede impedir evolucionar hacia la vida que realmente desearíamos. Por tanto, el verdadero significado de ser buenos hijos y honrar a los padres es tomar las riendas de nuestros deseos más profundos. Dejar de cargar sobre sus hombros la responsabilidad de nuestro bienestar. ¿Usamos a nuestros padres como excusa? Esperar que nuestros padres nos quieran como desearíamos es infantil e idealista. Estamos negando el amor genuino que sí nos dieron, aunque a su modo.
Cuando de adultos los seguimos culpando por sus inseguridades, carencias y frustraciones, los estamos utilizando de excusa para no responsabilizarnos de nuestra propia vida. Nuestra inmadurez emocional es mayor que los defectos que les adjudicamos. De hijos a adultos: el paso que nos libera La madurez no se alcanza con los años, sino cuando nos liberamos emocionalmente de nuestros padres. Este proceso implica aceptarlos y comprenderlos. Dejar de esperar que cambien, que nos acepten, nos apoyen o nos quieran. Y hacerlo por nosotros mismos, no por ellos.
Si cuestionamos la manera en que hemos interpretado nuestra historia y comprendemos de dónde venimos, podemos aceptar, valorar y agradecer todo lo que nos han dado. Al comprender y perdonar los errores de nuestros padres nos liberamos. Sentirnos agradecidos es un indicador de que hemos alcanzado la madurez emocional. La gratitud hacia papá y mamá es la mayor honra que podemos expresarles.
«Hay una fecha de caducidad para culpar a tus padres por conducirte en dirección equivocada; en el momento que tienes edad suficiente para tomar el timón, la responsabilidad es tuya.» -JK Rowling
La proyección en los padres: del juicio a la gratitud Estar en guerra con nuestros padres nos impide estar en paz con nosotros mismos. Nuestro mayor recurso está en aquello que juzgamos en los demás. Cuando culpamos a nuestros padres, no solo los juzgamos a ellos: también rechazamos partes de nosotros mismos que no queremos ver. Aquello que señalamos en ellos, ya sea positivo o negativo, puede ser un reflejo de lo que también habita en nosotros. Reconocer esas proyecciones es una forma de descubrir recursos propios. Al integrar lo que vemos en ellos, pasamos del juicio a la gratitud y damos un paso hacia una versión más libre y completa de quienes somos. Así, estamos honrando lo que han sido, lo que nos han ofrecido y, especialmente, la vida que nos han dado.
El cambio personal afecta el equilibrio del sistema familiar. Así también, en la familia cada integrante cumple con una función que ayuda al equilibrio del sistema. Por tanto, el cambio que ocurre en uno de los miembros de la familia influye en los demás. Cuando uno trasciende su rol y se permite experimentar otras posibilidades, el sistema puede desestabilizarse y tratar de encontrar un punto de equilibrio nuevo. Este reajuste, lejos de ser perjudicial, sacude estructuras obsoletas y facilita el cambio en los otros integrantes del clan para llegar a un nuevo equilibrio.
De la culpa a la responsabilidad: el camino de la conciencia. Dejar de culpar a papá y mamá de lo que no nos gusta de nuestra propia vida nos saca la gran excusa para no cambiar. Echar la vista atrás, con una mirada compasiva, nos permite tomar conciencia y recibir los aprendizajes que nos ofrecieron. Aceptar estos regalos nos permite construirnos como adultos desde la responsabilidad y el agradecimiento. Por tanto, honrar a tu padre y a tu madre no es obedecerlos ciegamente, sino experimentar la libertad que ellos no tuvieron o no se permitieron. Amar y aceptar tu historia es una forma de amarte y aceptarte a ti mismo/a para ir hacia adelante.
